Una santa no difería de una maga o una bruja. La santa hablaba de dios, y las otras dos tenían trato con satanás. ¿AcasoJuana de arco no fue condenada por brujería? Esos seres maléficos o no, buenos o malos, que conocían los secretos de los hombres, que sabían sobre hierbas y hablaban con el cielo, preocupaban a sus contemporáneos, y en consecuencia, ejercían sobre ellos un verdadero poder. Las supersticiones de la edad media se iniciaron en los tiempos del paganismo y los ídolos y terminaron en la sombra de las hogueras en las que fueron quemadas miles de brujas. Las mentalidades fueron cambiando lentamente, a lo largo de varios siglos, en los que florecieron diversas prácticas mágicas para conjurar un hechizo, cambiar los destinos, o desafiar las costumbres religiosas y el poder de las reliquias. El historiador Jeanverdón relata aquí la larga historia de esas tradiciones que se consideran populares, pero fueron seguidas por todos, y combatidas sin cesar por escritores, magistrados y científicos, en una verdadera guerra de creencias.