La maternidad es un espacio de creatividad. La crianza nos trasciende, somos criados y criamos, laboriosa e inconscientemente. La crianza es un arte, un tejido de conductas, un dar y recibir que celebramos con encuentros. Cuando dejamos esa zona vacía, sembramos desencanto, soledad y enojo. Los humanos estamos ante dilemas de maduración de nuestro planeta y de nuestra especie. ¿Aprenderemos a convivir en paz o nos empecinaremos en atacarnos mutuamente? De estas decisiones colectivas dependen los que vienen naciendo. Entrampados en el culto a la violencia y a la celeridad, no alcanzamos a sentir las pulsaciones del corazón y la tensión del cerebro que nos invitan a la calma. Necesitamos aprender a alumbrar los problemas que nos aquejan y compartirlos. Porque queremos criar con amor y alegría. Moverse desde adentro es una decisión, un trabajo interior en cada uno de nosotros, que se derrama a la pareja, a la familia, a los grupos y a la comunidad. Por eso es fundamental el autoconocimiento, para recibir a los que nacen y crear en la crianza.