Domingo 18 de junio de 1815. Cerca de doscientos mil hombres lucharon en un terreno empapado por la lluvia en lo que en la actualidad es Bélgica: Waterloo. Fue la derrota decisiva para Napoleón y una victoria duramente conseguida para los ejércitos aliados del duque de Wellington y los prusianos dirigidos por el leal Blücher. Tras ella, el emperador francés partió a su exilio definitivo en la isla de Santa Elena y Gran Bretaña vio el camino abierto para convertirse en la potencia dominante del mundo. Gordon Corrigan ha recorrido los campos de batalla de la época napoleónica y nos ofrece un relato fascinante de la campaña y sus escenarios. Detalla, además, los puntos fuertes y las debilidades de cada uno de los ejércitos implicados —francés, británico, holandés, prusiano y alemán—, de sus diferentes armas —infantería, artillería y caballería— y de sus hombres, oficiales y, sobre todo, comandantes. Antes de que empezara el combate, Napoleón le comentó al mariscal Soult: «Le digo que Wellington es un mal general, que los ingleses son malos soldados y que esto será pan comido». Se equivocó, y este espléndido libro demuestra cuánto.