La prosa de Eloy Jáuregui es un capítulo de lo que el periodismo puede hacer si recupera de la tradición, el gusto por la ironía y el amistoso sarcasmo, y de la choledad, emergente, la salpicada semántica. Cronista, en efecto, de la vida social pero no pituca sino plebeya, Jáuregui, en sabrosas crónicas muy suyas junta lo que no se junta, el lenguaje culto y el lenguaje de la calle, cuando la calle se pone dura, la esquina achorada y de las masas no son las de Marx sino las de las barras bravas. Hay que leerlo para saber que pasa en el habla silvestre y plebeya, en el verbo zambo, criollo, cholo, emergente, chicha. Jáuregui, un lenguaje suspendido entre don Luis Jaime Cisneros y la requintada del mototaxista, raja de todo el mundo y, para comenzar, de él mismo. Dice que nació en Iquitos. Sin duda, pero como pluma, decretamos más bien en Surquillo.