Con sus luces y sombras, con sus imperativos de bienestar que no dan respiro, el mundo que nos
toca en suerte vivir hace de la soledad un padecimiento. La viste con las ropas de un
dolor indeseado del que es necesario huir para quitarle, de esa manera, su dimensión más
importante: la condición de tránsito tan inevitable como necesario. Sin embargo, en el simulacro de
compañía permanente, hay veces en las que se hace un silencio que nos invita a desoír ese rumor
para que escuchemos una voz que nos habla desde un lugar distinto.
Esa es la voz que rescata Gabriel Rolón en su nuevo libro. Un trabajo que, como es ya habitual en
uno de los pensadores argentinos más destacados de las últimas décadas, recurre al Psicoanálisis, a
la filosofía y al arte para poner en duda lo dado por hecho. Así, de la mano de los invitados de
siempre y de nuevas visitas que llegan a estas páginas –de Kakfa a Byron, pasando por Atahualpa
Yupanqui, Mary Shelley, Melanie Klein, Victor Frankl, Gustav Mahler, Cynthia Wila, Gabriel García
Márquez y Donald Winnicott, entre otras–, recupera para la soledad su peso específico.
Y es ahí entonces que La soledad se vuelve un libro orgánico e imprescindible. Porque con una
prosa ajustada y precisa, aguda y a la vez amable, Rolón nos invita a repensar la soledad como una
experiencia a veces sufriente, otras algo más plácida, pero siempre vital, ineludible. Lejos de la
emoción y su urgencia, más cerca de su naturaleza inexorablemente humana.
A veces es refugio. Otras, exilio.