Octubre es, en Lima, la procesión del Señor de los Milagros. Esta manifestación religiosa, en la que confluyen todas las clases sociales, se desliza por las calles como una serpiente monstruosa preñada de sueños, angustias y picardías. En esos mismos momentos, una familia lucha para no ser triturada por unos poderes ante los cuales solo queda la esperanza de un milagro. Cuando apareció, en 1965, fue calificada de inmoral y grosera. Era una manera de no querer ver aquello que la novela ponía en evidencia, pero esa reacción también delataba incomprensión y molestia ante lo nuevo. Sin embargo, el tiempo, el mejor crítico, la ha reivindicado. En octubre no hay milagros alberga aquello que caracteriza a una gran obra: consistencia interna, verdad esencial, capacidad de revelar lo humano para que el lector de cualquier latitud tome sus páginas como un espejo en el que pueda contemplar su propio rostro.